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Homo legens

Rehabilitación vestibular
Rehabilitación vestibular

Derivas de la caminata matutina para realizar los ejercicios de rehabilitación vestibular. Antes de partir acomodé en mi escritorio el libro que había revisado antes de dormir y las notas en papel sobre la relación con esta nota.

El libro, Epístola a los Pisones de Horacio, edición bilingüe, texto, traducción y versión interlineal de Helena Valentí. Baedeker a la hora de transitar clásicos greco latinos y libros o ensayos sobre la relación palabra imagen. Lo he leído y vuelto a transitar en la universidad en Mendoza, durante el exilio en Brasil y, en Buenos Aires, en la Maestría en Historia del Arte Latinoamericano. Epístola … fue el primer encuentro con Rovetti, cuando, en Introducción a la Literatura, el profesor recomendó adquirirlo advirtiendo que sólo estaba en su librería.

En la puerta de calle, una desconocida pareja de jóvenes madrugadores me dio los buenos días, mientras ella acomodaba, sobre la vereda y al sol, las alfombras del auto que acababan de lavar. En la ochava de Güemes y Gurruchaga, al amparo del alero, refugio de sin techo, ahora sin los habituales colchones, dos pares de sandalias de taco chino cuasi nuevas, una se notaba de buena factura; tela estampada en tonos celestes y ocres. El otro par, un modelo semejante en plástico negro brillante. Parecía que sus dueñas se las acabaran de quitar y arrojar a un costado de la cama.

Remonto Gurruchaga, con la rutina de rehabilitación vestibular, cuatro pasos mirando a la izquierda, lo mismo a la derecha. Tres series de treinta pasos, cruzo Paraguay; la misma serie, mirando hacia el suelo luego hacia arriba.

Rehabilitación vestibular, ejercicios para retomar el equilibrio por disturbios de estabilidad motriz, consecuencia de mi alergia crónica, que el año pasado alcanzó su clímax hasta ser estabilizada; pero dejó como secuela, problemas con el oído interno izquierdo concretamente en ─palabras del especialista y perpetuadas en mi libreta─ “los conductos semicirculares, que contienen receptores para el equilibrio”. Dentro de las 10 sesiones semanales a realizar, una batería de ejercicios cotidianos, caminar mirando a los costados y hacia arriba y abajo; más ameno en la calle que en casa.

Google aclaró qué son los arcanos “conductos semicirculares”, tres ramificaciones como una letra ce imprensa mayúscula ─con un punto de partida común ─. En la “caminata vestibular”, relacioné las ce con las galerías de la Biblioteca de Babel borgeana.

Desando Gurruchaga, concentrado en esta nota; desentierro recuerdos sepultos en mi Epístola… La exquisita versión de editorial Bosch (Barcelona 1961); 74 páginas, una maravilla de traducción cuasi inhallable ─aparece en dos portales españoles a 30 euros─. La maravilla de la traducción es porque el texto tiene tres presentaciones: una, la versión de Horacio, latín virtuoso de complicados hiperbatons encadenados y entrelazados como las galerías hexagonales de “La biblioteca de Babel”; en nota al pie, la segunda, en latín ordenado de acuerdo a la sintaxis española. Enfrentada, tercera: la traducción. Cuando la adquirí a Rovetti, por sugerencia de mi padre, que tenía su librería en una galería cercana, solicité un descuento. En la esquina con Güemes solo quedan las sandalias de plástico, al lado, con su carro de manos, un recolector municipal de residuos hace una llamada por su celular.

Rovetti y mi padre cultivaron una cauta amistad basada en el respeto profesional, sorteando diálogos políticos. Mi padre seguía con las secuelas de estalinista de pata negra. Rovetti era un caballero de alguna ciudad medieval del norte de Italia, de cultura exquisita, que complementaba nuestras clases de la facultad y hacía del hecho de visitarlo una clase de literatura y pintura europea. Llevaba un modo de vida rumboso, un dandy salido del Jardín de los Finzi Contini, nos fiaba sin límites y no llevaba la cuenta de lo adeudado. Jamás dejamos de pagarle, si algún estudiante, por aquellos años donde no eran frecuentes tarjetas de crédito, al contar sus dineros veía que no le alcanzaba para una compra, seguía un: “¿cuánto tienes?... Está bien, llévalo”.

Con otros libros era una luz y cobraba con la contudencia de un folgore o rayo, cuando se anunció el estreno de la película El exorcista, previendo que el libro de Blatty se agotaría compró cien ejemplares y los retuvo hasta que no quedó un solo ejemplar en las librerías de la ciudad y los lectores estaban desesperados, en aquel momento los puso en venta al triple de su valor, los liquidó en pocos días. De esta maniobra me enteré cuando todavía los tenía escondidos y le pregunté si no tenía algún ejemplar, en mi carácter de cliente e hijo de un colega, me lo vendió al precio normal; conjurando complicidad me mostró los libros ocultos en su depósito y anotició de sus intenciones.

En tercer año de la facultad, Rodolfo Borello, profesor de Argentina I y II, sabedor de mi amistad con Rovetti e interés por las dos Guerras Mundiales, me contó la historia del guerrero, yo le comenté la anécdota de los El exorcista, nos reímos juntos y eduje que la habilidad del librero para golpear como un rayo, arma de los belicosos Thor y Zeus, debió venir de su pasado. El niño Rovetti tuvo una infancia de Balilla, luego activista del fascio, estudiante de abogacía para terminar oficial de paracaidistas de la división de elite Folgore, usado la camisa negra durante quince años participó en desfiles triunfales de la remake hollywoodense del imperio romano de Mussolini. En el norte de África, con uniforme color arena camuflada, amarillo verde y negra, combatió en Tobruk y El Alamein. De vuelta a Italia junto con su batallón debió defender una colina en algún lugar no precisado por Rodolfo Borello. Le pregunté a Rovetti por esta historia, la confirmó, pese a mi notoria falta de discreción, no me atreví a preguntarle donde fue su último combate. Murieron casi todos sus camaradas, él como oficial al mando, se encargó de guardar las placas de identificación de los caídos, se rindió y se enteró de que la rendición de Italia y de su unidad se había firmado hacía horas; él y sus camaradas lo ignoraban al defender la colina; muchos de los que estaban bajo su mando se podrían haber salvado.

Estuvo preso de los ingleses, “los de la Folgore nos dieron lo nuestro en África”, luego de los norteamericanos. Su primera decepción fue cuando vio los depósitos de los aliados; “en uno de ellos vi más neumáticos de los que había visto en mi vida; me di cuenta que Ciano, tuvo razón cuando los Estados Unidos entraron en la guerra y le dijo aquella recordada frase de advertencia a Mussolini: Duce ¿usted ha visto la guía telefónica de Nueva York?, es más grande que todas las de Italia juntas”.

Consecuencia del cautiverio, Rovetti se cayó del caballo como Saulo y se convirtió, se volvió pro británico, pro norteamericano y antifascista rabioso. Murió anticomunista, detalle sobreentendido y obviado a lo largo de años de amistad profesional con mi padre.

 

 





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